8.6.07

Mié...

Cuando nací no era más que una masa amorfa, sin fenotipo alguno, que pasaba de un lado al otro. Era una mezcla genotípica de mis padres, que no eran sólo dos, tenía la herencia de toda la familia que se sentaba en la mesa. Me bamboleaban peor que en una montaña rusa, pero no de arriba a abajo, no, como ya dije, era de un lado al otro.

Luego de bambolearme y de hacerme cosquillas en el proceso, me tocó la diversión mayor: entrar en el tobogán más grande que había visto jamás. Era un viaje eterno. Pasé por varios otros procesos, donde me fueron desintegrando poco a poco. Pero mi esencia era dura, fuerte, resistente. No podrían conmigo a pesar de haberse llevado partes de mí.

El viaje se hacía más lento de lo que había imaginado. Había muchos atorados en el camino. Me empujaban y seguían de largo, como en un atoro por salir, por escapar, por ver la luz. Yo no. No tenía apuro alguno, si bien el viaje era largo, lo estaba disfrutando, aún cuando estos atorados me pasaban por el lado empujándome y sarandeando todo el túnel en su estruendoso paso hacia afuera.

Estos fanáticos no eran los únicos que se movían. No. De rato en rato, todo parecía hacerlo, al más puro estilo de un colchón inflable en el que todos saltan sin parar. Eso me estremecía por supuesto y me asustaba en varias ocasiones por los sonidos que me rodeaban. Por eso, decidía quedarme donde estaba hasta que el tsunami cesara. Yo no me movía, para nada.

En algunas oportunidades sentía como si me quisieran obligar a salir. Pero si estaba cómodo allí, ¿para qué salir?. Eso me lo pregunté para mis adentros en más de una ocasión. Detrás de mí, la cola seguía creciendo, pues cada vez llegaba uno nuevo. Con los empujones propios de los que van llegando y se van atascando atrás, dimos varias vueltas. Para arriba, para abajo, a la derecha, a la izquierda.

Un día no pude resistir más. La presión era demasiado grande y el espacio ya se tornaba pequeño para todos. Ya no valía eso de "en donde cabe uno caben dos". Sentí que pronto llegaría el final del viaje. De repente sentí que me empujaron de golpe y me ví a mi mismo en caída libre por un mundo que no conocía. Aterricé sobre un mar. Al principio me hundí. Pero logré salir a flote. Todo era oscuro, sin embargo logré verme a mi mismo. Seguía siendo la misma masa amorfa, pero había cambiado de color y de tamaño, "por aquello de que allá todo se junta y nada se distingue".

Terror. Sentí más luz. Pude divisar dónde estaba. Y de pronto, algo quería arrastrarme hacia abajo. Me chupaba. Me aspiraba. Las olas me cubrían, me bambolaban hacia todos lados como describiendo un círculo perfecto. Un remolino. No pude resistir más. Y después de batallar y quedarme sin fuerzas, entré por otro túnel, uno más largo, más ancho, con más protuberancias y restos en el camino, mucho más sucio y, sobretodo, con más vueltas y piruetas. El viaje fue extenso, creo que duró varios días, pero luego, sin más ni más caí en un mar grande, con más como yo.

La niña del bigote

P.D: "En condiciones óptimas, el contenido intestinal avanza mediante contracciones coordinadas, pero en el síndrome de intestino irritable esa velocidad de propulsión se altera y hay tratamientos farmacológicos para tratar de regularla. Hay determinados medicamentos para los que sufren fundamentalmente de estreñimiento, otros para los que tienen más que todo diarrea y otros para los que mezclan ambas cosas" - Víctor Bracho. Gastroenterólogo. (Evaluación publicada en la Revista "Todo en Domingo" - Diario El Nacional)

No hay comentarios: